Perseguidera Dmente

martes, 12 de julio de 2011

Con tinta sangre del corazón

Como de niña era asmática, mis juegos o eran calmados o no eran, según decía mi alarmada madre... Claro que ella no contaba con que “muchacho solo inventa mucho”: cuando andaba en parvada, es que no me daba pero ni calor, como todo niño. De todas maneras y por si acaso, mamá, sabia como toda madre, me compró libros. Lo que ella no sabía es que mi tío Gonza y yo ya habíamos complotado y en cada visita a su casa en Cagua, intercambiábamos una bolsa cada vez más grande, con el mejor contrabando del mundo: letras. Así pues, se regó la especie de que a Zoilita le gustaba leer y en cada cumpleaños, navidad o puente que se resbalara, los 6 tíos, los abuelos, simpatizantes, amigos y demás deudos, se presentaban con un libro y el lacito de rigor, bajo el brazo.
El único inconveniente era la bendita costumbre de la gente de regalar lo que le gusta, sin pensar en los gustos del interfecto en cuestión: si bien recibí al Quixote, Hermann Hesse, Saint Exupéry, Milan Kundera, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Martín Cruz Smith, Dostoyeski, Kenzaburo Oé, Shakespeare, la dupla Lapierre & Collins… podía venir cualquier cosa. Y era precisamente la expectativa por las diferentes opciones, las que creaban ese mariposeo en el estómago (a Dios gracias, mis tíos eran omnilectores).
Así como nadie se baña dos veces en el mismo río, nadie lee el mismo libro, ni siquiera la segunda vez. Recuerdo la primera vez que abrí el Quixote… Qué soñador! Yo quise advertirle del mundo, pero él no se dejó… Qué iluso. Panchito Mandefuá me hizo llorar con hipido de sentimiento. Con Doña Bárbara sentí orgullo por mi tierra y su gente, y aunque ella me produjo lástima desde el principio, imaginé que El Socio era su inconsciente, me dejé de rollos… y listo el pollo! A las niñitas de Mamá Blanca siempre me provocó tirarles de los moñitos… No podré olvidar el monólogo de Shylock en El Mercader de Venecia, que años después vería entonar a Al Pacino con maestría. ¿Cómo no detestar a Roberto de Artrois a través de la pluma de Maurice Druon?
Ya nadie se acuerda de los calquitos históricos: aquellos libros con pequeñas etiquetas para colocar en campos de batalla vacíos. Sufrí con Bodas de Sangre y La Casa de Bernarda Alba (en el liceo mi hija le haría los honores a Angustias en las tablas). Súper pana de El Principito y con unas ganas de ahorcar a La Rosa por perfecta e imperfecta, me explico, no? Me encantaba El Zorro y después de releer, descubrí que tengo un amigo que se parece al Geógrafo: vive en el mundo del conocimiento, pero se niega a experimentar por sí mismo cualquier cosa fuera de eso (shhh, no le digan…). Entré a 1984, pasé por Rebelión en la Granja y salí de Los Miserables, con una rebeldía que no se me ha de quitar en la vida. Al chamo del Guardián entre el Centeno me provocaba darle un sólo lepe por el cogote: camiiina, mijito! 
Amo a Mafalda. Y ahí no hago concesiones de ningún tipo. 
Reí y me enternecí de la mano de Aquiles Nazoa. ¿Quién sabe lo que hubiera escrito de haberse montando en el Metro?
Consentidos? muchos, pero: cuál es mi libro favorito? el próximo!